miércoles, 2 de noviembre de 2011

VISIÓN DE LA ISLA DE LAS PROFECÍAS

Algunas semanas antes de la Navidad de 1819, Ana Catalina fue conducida por el ángel, su guía, como cada año, sobre el alto lugar que ella llamaba "La Montaña de los Profetas" situada, según nos dice ella, encima de la cima más elevada y completamente inaccesible de una montaña del Tíbet.
Aquí está el relato casi entero de las impresiones que contó de su extraordinario viaje. Fue anotado por Brentano los días 9 y 10 de Diciembre de 1819. No fue más que algunos días más tarde, parece ser, cuando Ana Catharina comprendió todo el asunto. Ella lo describe aquí sin comentarios según su costumbre:
Esta noche he recorrido en diversas direcciones la Tierra prometida, tal como era en tiempos de Nuestro Señor... Vi varias escenas y fui rápidamente de lugar en lugar. Partiendo de Jerusalén, avancé muy lejos hacia Oriente. Pasé varias veces cerca de grandes cantidades de agua y por encima de las montañas que habían franqueado los magos de oriente para venir a Belén. Atravesé también países muy poblados, pero no tocaba los lugares habitados: la mayor parte del tiempo pasaba por desiertos. Llegue a continuación a una región en la que hacía mucho frío y fui conducida cada vez más alto hasta un punto extremadamente elevado; a lo largo de las montañas, desde el poniente al levante, se dirigía una gran ruta sobre la cual vi pasar grupos de hombres. Había una raza de pequeña talla, pero muy viva en sus movimientos, llevaban con ellos pequeños estandartes, los de la otra raza eran de una talla alta, no eran cristianos. Esta ruta iba descendiendo; mi camino me conducía hacia arriba a una región de una belleza increíble. Allí hacía calor y todo era verde y fértil, había flores maravillosamente bellas, bellos bosquecillos y bellos bosques; una cantidad de animales jugueteaban por alrededor, no parecían peligrosos.
Esta tierra no estaba habitada por ninguna criatura humana y nunca ningún hombre venía por aquí; porque de la gran ruta no se veían más que nubes.


Vi grupos de animales semejantes a pequeños corzos con las patas muy finas; no tenían cuernos, su piel era de un marrón claro con manchas negras. Vi también un animal rechoncho de color negro semejante a un cerdo, y después animales como machos cabríos de gran tamaño, pero más parecidos a corzos; eran muy familiares, muy ligeros a la carrera: tenían unos bellos ojos muy brillantes: vi a otros semejantes a corderos; eran muy gruesos, tenían como una peluca de lana y colas muy gruesas: otros parecían pequeños asnos, pero moteados; grandes aves con largas patas que corrían muy rápido, otros semejantes a pollos agradablemente adornados y finalmente una cantidad de bonitos pájaros muy pequeños y de colores variados. Todos estos animales jugaban libremente, como si ignoraran la existencia de los hombres.
De este lugar paradisíaco, subí más arriba y era como si fuera conducida a través de las nubes. Llegué así a la cumbre de esa alta región de montañas donde vi muchas cosas maravillosas. En lo alto de la montaña había una gran planicie y en esta planicie un lago; en el lago una isla verdeante. Esta isla estaba rodeada de grandes arboles semejantes a cedros. Fui elevada a la cumbre de uno de esos árboles y agarrándome fuertemente a las ramas, vi desde lo alto toda la isla.

Cuando desde lo alto de mi árbol, pasaba la mirada sobre la isla, podía ver en su otro extremo el agua del lago, pero no la montaña. Esta agua estaba viva y de una limpidez extraordinaria: el agua atravesaba la isla por diferentes afluentes y se derramaba bajo tierra a través de varios arroyos más o menos grandes.
Frente a la estrecha lengua de tierra, en la verde planicie, se elevaba una gran tienda extendiéndose a lo ancho, que parecía estar hecha de tejido gris; estaba decorada en el interior, en la parte de atrás, con largos paneles de tejidos de diversos colores y cubierta con toda especie de figuras pintadas o bordadas. Alrededor de la mesa que se encontraba en medio, había asientos de piedra sin respaldos y con forma de cojines: estaban recubiertos de un verdor siempre fresco.
En el asiento de honor situado en medio, tras la mesa de piedra que era baja y de forma oval, un hombre rodeado de una aureola como la de los santos estaba sentado con las piernas cruzadas, a la manera oriental y escribía con una pluma de caña sobre un gran libro. La pluma era como una pequeña rama. A la derecha y a la izquierda se veían varios grandes libros y pergaminos enrollados en varas de madera con bolas en sus extremos; y cerca de la tienda había en la tierra un agujero que parecía estar revestido de ladrillos y donde ardía un fuego cuya llama no sobrepasaba el borde. Todo el lugar alrededor era como una bella isla verde rodeada de nubes. El cielo por encima de mi cabeza era de una serenidad inexpresable. No vi del sol más que un semicírculo de rayos brillando tras las nubes. Este semicírculo pertenecía a un disco que parecía mucho más grande que en nuestro mundo.
El aspecto general tenía algo de inexpresablemente santo.
Era una soledad, pero llena de encanto. Cuando tenía ese espectáculo bajo mis ojos, me pareció saber y comprender lo que era y lo que significaba todo ello, pero sentí que no podía llevar conmigo y conservar este conocimiento. Mi conductor había estado a mi lado hasta ese momento pero, cerca de la tienda, se hizo invisible para mí.
Como yo consideraba todo esto, me dije: «¿Qué tengo que hacer yo aquí, y por que es necesario que una pobre criatura como yo vea todas estas cosas?». Entonces la figura me dijo desde dentro de la tienda: «Es porque tu tienes una parte de todo esto». Esto redoblo entonces mi asombro y descendí o volé hacia esa figura, en la tienda, donde estaba sentada, vestida como lo están los espíritus que veo: la figura tenía en su exterior y en su apariencia algo que recordaba a San Juan Bautista o a Elías.
Los libros y los volúmenes numerosos que estaban por el suelo alrededor de esa figura, eran muy antiguos y muy preciosos. En algunos de estos libros había ornamentos y figuras de metal en relieve, por ejemplo un hombre sosteniendo un libro en la mano. La figura me dijo, o me hizo conocer de otra manera, que estos libros contenían todo lo que había de más santo de lo que venía de los hombres; ella examinaba, comparaba todo y desechaba lo que era falso en el fuego encendido cerca de la tienda. El me dijo que estaba allí para que nadie pudiera llegar a ello: estaba encargado de vigilar sobre todo eso y guardarlo hasta que el tiempo llegara de hacer uso de ello. Este tiempo había podido llegar en ciertas ocasiones; pero había siempre grandes obstáculos. Yo le pedí si él no tenía el sentimiento de la espera tan larga que se le había impuesto. Me respondió: «En Dios no hay tiempo».
Me dijo también que debería ver todo, me condujo fuera de la tienda y me mostró el país que la rodeaba.
La tienda tenía aproximadamente la altura de dos hombres: era larga como de aquí a la iglesia de la ciudad: su anchura era de aproximadamente la mitad de su altura. Tenía en la cumbre una especia de nudo por el cual la tienda estaba como suspendida a un hilo que subía y se perdía en el aire, de manera que yo no podía comprender donde estaba atado. En los cuatro ángulos habían columnas que no se podían abarcar con las dos manos. La tienda estaba abierta por delante y en los lados. En medio de la mesa estaba depositado un libro de una dimensión extraordinaria que se podía abrir y cerrar: parecía que estaba sujeto sobre la mesa. El hombre miraba en ese libro para verificar la exactitud. Me pareció que había una puerta bajo la mesa y que un gran santo tesoro, una cosa santa estaba conservada allí.
El me mostró entonces los alrededores y entonces hice, a lo largo del río exterior, la vuelta al lago cuya superficie estaba perfectamente nivelada con la isla. Esta agua que yo sentía correr bajo mis pies se diversificaba bajo la montaña por muchos canales y salía a la luz muy por debajo, bajo forma de fuentes grandes y pequeñas. Me parecía que toda esta parte del mundo recibía de ahí, salud y bendición: en lo alto, no se desbordaba por ningún lugar. Descendiendo por el levante y por el mediodía, todo era verde y cubierto de bellas flores; en el poniente y al norte, había también verdor, pero no flores.

Llegando al extremo del lago, atravesé el agua sin puente y pasé a la isla que recorrí circulando en medio de torres. Todo el suelo parecía ser una cama de espuma muy espesa y fuerte; se diría que todo era hueco por debajo: las torres salían de la espuma como un crecimiento natural...
Tuve el sentimiento de que en las torres se conservaban los más grandes tesoros de la humanidad: me parecía que allí reposaban cuerpos santos. Entre algunas de esas torres vi un carro muy extraño con cuatro ruedas bajas: cuatro personas podían sentarse bien; había dos bancos y mas adelante un pequeño asiento. Este carro, como todo el resto aquí, estaba totalmente revestido de una vegetación verde o bien de una herrumbre verde. No tenía timón y estaba adornado de figuras esculpidas, si bien que a primera vista creí que había en el personas sentadas. Las ruedas eran gruesas como las de los carros romanos. Este me pareció bastante ligero para poder ser tirado por hombres. Yo miraba todo muy atentamente, porque el hombre me había dicho: «Tu tienes aquí tu parte y puedes enseguida tomar posesión de él». Yo no podía de ninguna manera comprender que especia de parte podía tener ahí. ¿Qué tengo que hacer –me preguntaba– con este singular carro, estas torres y estos libros? Pero tenía una viva impresión de la santidad del lugar. Era para mi como si, con esta agua, la salvación de varias épocas hubiera descendido a los valles y como si los hombres mismos hubieran venido a estas montañas de donde ellos habían descendido para hundirse cada vez más profundamente. Yo tenía también el sentimiento de que celestiales presentes eran ahí conservados, guardados, purificados, preparados de antemano para los hombres. Tuve de todo ello una percepción muy clara: pero me parecía que no podía llevar conmigo esta claridad: conservaba solamente la impresión general.
Cuando entré en la tienda, el hombre me dijo todavía una vez lo mismo: «Tu tienes una parte en todo esto y tu puedes enseguida tomar posesión de ello». Y como yo le mostraba mi ineptitud, él me dijo con una tranquilidad llena de confianza: «Volverás pronto hacia mi». El no salió de la tienda mientras yo estuve allí, pero daba vueltas continuamente alrededor de la mesa y de los libros.
En la tienda, tuve la impresión de que un cuerpo santo estaba allí enterrado: me parecía que había allí debajo un subterráneo y que un olor suave exhalaba de una tumba sagrada. Tuve la sensación de que el hombre no estaba siempre en la tienda cerca de los libros. El me había acogido y me había hablado como si me hubiera conocido de toda la vida y supiera que yo iba a llegar a ese lugar: me dijo con la misma seguridad que yo volvería y me mostró un camino descendente; yo iba en dirección del mediodía, pasaba de nuevo por la parte escarpada de la montaña, después a través de las nubes y descendí a la risueña tierra donde había tantos animales. Vi muchas pequeñas fuentes surgir de la montaña, precipitarse en cascadas y correr hacia abajo: vi también pájaros, más grandes que una oca, aproximadamente del color de la perdiz, con tres uñas delante y una detrás, con una cola un poco baja y un largo cuello, después otros pájaros de plumaje azulado, semejantes al avestruz pero más pequeño: vi finalmente todos los demás animales.
En este viaje, vi de nuevo muchas cosas y más seres humanos que en los primeros viajes. Atravesé una vez un pequeño río que, como lo he sabido interiormente, surgía del lago de arriba: mas tarde, seguí sus orillas y después lo perdí de vista. Llegue entonces a un lugar donde pobres gentes de colores diversos vivían en chabolas. Me pareció que eran cristianos cautivos. Vi venir hacia ellos a otros hombres de tez morena con telas blancas alrededor de la cabeza. Les llevaban alimentos en cestas trenzadas: hacían esto extendiendo el brazo hacia delante como si tuvieran miedo, después se iban, con aspecto asustado, como si hubieran sido expuestos a algún peligro. Estas personas vivían en una ciudad en ruinas y habitaban cabañas de construcción ligera. Vi también agua donde crecían rosales de una densidad y una fuerza completamente extraordinarios.
Volví a continuación cerca del río: en este lugar, el río era muy ancho, lleno de escollos, de islotes de arena y de bellos macizos de verdor entre los cuales zigzagueaba. Era el mismo curso de agua que venía de la alta montaña y que yo había atravesado más arriba, cuando era todavía pequeño: una gran cantidad de personas con tez morena, hombres, mujeres y niños, vestidos de diferentes maneras, estaban ocupados en las rocas y los islotes, en beber y lavarse. Tenían el aspecto de haber venido de lejos. Había en su manera de ser algo que me recordó lo que yo había visto en los bordes del Jordán en la Tierra santa. Se encontraba allí también un hombre de gran talla que parecía ser su sacerdote. Llenaban con agua las vasijas que llevaban. Vi además muchas otras cosas: no estaba lejos del país donde estuvo san Francisco Javier: yo atravesaba el mar pasando por encima de islas innumerables.
El 22 de diciembre, Ana Catalina dijo al Peregrino:
Ya se porque fui a la montaña: mi libro se encuentra entre los escritos que están sobre la mesa, se me dará para que lea las cinco ultimas hojas. El hombre sentado ante la mesa volverá en su tiempo. Su carro permanece allí como recuerdo eterno. Es sobre este carro que el subió a esta altura y los hombres, con gran extrañeza, le verán descender sobre este carro.
Es ahí, en esta montaña, la más elevada del mundo y donde nadie puede llegar, que se ha puesto a buen recaudo, cuando la corrupción se acrecienta entre los hombres, los tesoros y los misterios sagrados. El lago, la isla, las torres no existen más que para que estos tesoros sean conservados y garantizados de todo ataque. Es por la virtud del agua que hay en esta cumbre que todas las cosas son refrescadas y renovadas. El río que desciende de allí y cuya agua es objeto de una tan gran veneración para los hombres que he visto, tiene realmente una virtud y los fortifica: es por eso que ellos la estiman más que sus vinos. Todos los hombres, todos los bienes han descendido de esta altura y todo lo que debía ser garantizado de la devastación ha sido allí preservado.
El hombre que está sobre la montaña me ha conocido: porque yo tengo allí mi parte. Nosotros nos conocemos todos, nos sostenemos todos los unos a los otros. No puedo expresarlo bien; pero somos como una simiente repartida en el mundo entero.
El paraíso no está lejos de aquí. He visto ya anteriormente como Elías vive siempre en un jardín ante el paraíso.
El 26 de diciembre:
He visto de nuevo la montaña de los profetas. El hombre que está en la tienda presentaba a una figura que venía del cielo y planeaba por encima de él, hojas y libros y recibía otros en su lugar. Este espíritu tenía un exterior diferente del primero. Este que flotaba en el aire me recordó vivamente a San Juan. Era más ágil, más rápido, más amable, más delicado que el hombre de la tienda, el cual tenía algo de más enérgico, de más severo, de más estricto, de más inflexible. El segundo se relacionaba a él como el Nuevo Testamento al Antiguo, es por eso que yo le llamaría gustosamente Juan y llamaría al otro Elías. Era como si Elías presentase a Juan revelaciones que ya se habían cumplido y recibiera otras nuevas.
Allí encima vi de repente, saliendo de la nube blanca, una fuente semejante a un surtidor de agua elevarse perpendicularmente bajo la forma de un rayo de apariencia cristalina que, en su extremidad superior, se dividía en rayos y en gotas innumerables; las cuales volvían a caer, formando inmensas cascadas, hasta los lugares más alejados de la tierra: y vi hombres iluminados por esos rayos en las casas, en las cabañas, en las ciudades de diversas partes del mundo.
El 27 de diciembre, fiesta de San Juan Evangelista, vio a la Iglesia de Roma brillante como un sol. Habló de los rayos que se repartían sobre el mundo entero:
Se me dijo que eso se relacionaba con el Apocalipsis de San Juan, sobre el cual diversas personas en la Iglesia deben recibir luces y esta luz caerá toda entera sobre la Iglesia. He visto una visión muy distinta en torno a este tema, pero no puedo reproducirla bien.
Vi la Iglesia de Pedro y una enorme cantidad de hombres que trabajaban para destruirla, pero vi allí también a otros que hacían reparaciones (...) Vi de nuevo a la Iglesia de Pedro con su alta cúpula. San Miguel estaba en la cumbre brillante de luz, llevando una vestimenta roja de sangre y manteniendo en la mano un estandarte de guerra. En la tierra, había un gran combate.
¡Lo que vi era inconmensurable, indescriptible... vi también de repente como si la montaña de los profetas fuera empujada hacia la cruz y acercada a ella; sin embargo, la montaña tenía sus raíces sobre la tierra y permanecía unida a ella. Tenía el mismo aspecto que cuando la primera visión, y más arriba, tras de ella, vi maravillosos jardines completamente luminosos en los cuales percibí animales y plantas brillantes; tuve el sentimiento de que era el Paraíso...
Mientras el combate tenía lugar sobre la tierra, la Iglesia y el ángel, que desapareció pronto, se habían vuelto blancos y luminosos. La cruz también se desvaneció y en su lugar se mantenía de pié sobre la Iglesia una gran mujer brillante de luz que extendía hasta lejos y por encima de ella su manto de oro irradiante. En la Iglesia se vio operar una reconciliación acompañada de testimonios de humildad. Vi a los obispos y pastores aproximarse unos a otros y cambiar sus libros: las sectas reconocían a la Iglesia, a su maravillosa victoria y a las claridades de la revelación que ellas habían visto con sus ojos irradiar sobre ella. Estas claridades venían de los rayos del surtidor que san Juan había hecho brotar del lago de la montaña de los profetas. Cuando vi esta reunión, sentí una profunda impresión de la proximidad del reino de Dios. Sentí un esplendor y una vida superior manifestarse en toda la naturaleza y una santa emoción embargar a todos los hombres, como en los tiempos cuando el nacimiento del Señor estaba próximo y sentí de tal manera la cercanía del reino de Dios que me sentí forzada a correr a su encuentro y a dar gritos de alegría.
Tuve el sentimiento del advenimiento de María en sus primeros ancestros. Vi su estirpe ennoblecerse a medida de que ella se aproximaba al punto en el que se produciría esta flor. Vi llegar a María, ¿cómo fue? Yo no se expresarlo; es de la misma manera que tengo el presentimiento de un acercamiento del reino de Dios. Yo lo he visto aproximarse, atraído por el ardiente deseo de muchos cristianos, llenos de humildad, de amor y de fe; era el deseo que le atraía.
Vi una gran fiesta en la Iglesia que, tras la victoria conseguida, irradiaba como el sol. Vi un nuevo papa austero y muy enérgico. Vi, antes del comienzo de la fiesta, muchos obispos y pastores expulsados por él, a causa de su maldad. Vi a los santos apóstoles tomar una parte muy especial en la celebración de esta fiesta en la Iglesia. Vi entonces muy cerca de su realización la plegaria: «Venga a nosotros tu reino». Me parecía ver jardines celestes, brillantes de luz, descender de arriba, reunirse en la tierra, en lugares donde el fuego estaba encendido, y bañar todo lo que está por debajo en una luz primordial.
ANA CATALINA EMMERICH

jueves, 13 de octubre de 2011

TRANQUILOS ANTE LA ALABANZA O LA CRÍTICA


Una tarde tranquila, un rey preguntó a cierto cortesano, "Usted parece ser un hombre de integridad. ¿Porque es usted objeto de tanta crítica, difamación y odio?".

El funcionario cotestó "Su Majestad, cuando las lluvias torrenciales de primavera llegan, los agricultores están contentos porque sus campos son bien irrigados. Los peatones, por otra parte, son infelices porque las calles están fangosas y resbaladizas.
¡Cuando la luna de verano está tan clara y brillante como un espejo, los poetas y los escritores se alegran de la oportunidad de viajar y formar coplas y poemas, mientras los ladrones y los criminales se apenan con el resplandor de la luz de la luna! ¿Si hasta el cielo y la tierra imparciales son objeto de culpa y resentimiento, amor y odio, cómo puede este vasallo suyo, imperfecto y lleno de defectos, escaparse de la denigración y la crítica?"

"Por lo tanto, me aventuro a pensar, que nosotros deberíamos permanecer tranquilos ante alabaza o  crítica, meditarlo, y no tener prisa para creerlo. Si un rey cree un chisme, sus gentes pierden sus vidas; si los padres creen el chisme, hacen daño a sus niños; si los hermanos y las hermanas, los maridos y la mujeres, creen en palabras chismosas, ellos experimentan la separación; si los parientes, los amigos y los vecinos creen el chisme, ellos cortaran relaciones el uno con el otro. El criticón es realmente más nocivo que rastreros y serpientes, más agudo que espadas y cuchillos, que matan sin derramar una sola gota de sangre."



"De acuerdo a lo juzgado por la historia, este cortesano era un funcionario desleal; sin embargo su respuesta era sana y razonable, y un ejemplo digno para generaciones posteriores. Por lo tanto todavía es citado hoy".
Parábola budista

FUENTE: Sutra Translation Comittee of the US and Canada

jueves, 6 de octubre de 2011

EL LADRÓN Y LA LUNA


Un hombre sabio vivía en una cabaña al pie de una montaña. Cierta noche, un ladrón entro en la choza, solo para descubrir que allí no había nada que robar. El sabio volvió y lo sorprendió.

Tal vez hayas hecho un largo camino para visitarme... le dijo al ladrón... y no debes irte con las manos vacías. Por favor, acepta mi ropa como regalo.

El ladrón quedo desconcertado, tomo la ropa y se fue sin decir nada. El sabio, desnudo, se sentó a mirar la luna.


Pobre hombre... pensó... ojala pudiera darle esta hermosa luna.

CUENTO BUDISTA

FUENTE:

sábado, 1 de octubre de 2011

LA CIMA


"Sólo sabiendo donde se halla la cima es posible fijar un ideal; sólo con un ideal fijo se puede evitar improvisaciones temerarias en la búsqueda; sólo evitando improvisaciones temerarias en la búsqueda se puede mantener la tranquilidad; sólo manteniendo la tranquilidad se puede reflexionar de manera profunda y amplia, y sólo reflexionando de manera profunda y amplia se puede llegar a la cima"

CONFUCIO

jueves, 29 de septiembre de 2011

EL AHORA


Un guerrero japonés fue capturado por sus enemigos y encarcelado. Aquella noche no podía dormir, porque sabía que al día siguiente  iba a ser interrogado, torturado y ejecutado. Entonces surgieron en su mente las palabras de su maestro Zen: "El mañana no es real. Es una ilusión. La única realidad es el Ahora. El verdadero sufrimiento es vivir ignorando este Dharma (enseñanza)".
En medio de su terror, súbitamente comprendió el sentido de estas palabras, se sintió en paz y durmió tranquilamente.
CUENTO ZEN

PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO

25 Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”.
26 Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”.
27 El le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”.
28 "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".
29 Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta:  “¿Y quién es mi prójimo?”.
30 Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:  “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.
31 Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.
32 También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
33 Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.

34 Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.
35 Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver”
36 “¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”.
37 “El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera”. 

EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS  CAP 10  versículo 25 al 37

NI MÁS NI MENOS


Existía un hombre muy rico que a pesar de tener mucho dinero tenía una naturaleza mezquina. No soportaba el hecho de gastar ni siquiera un centavo de su dinero.
  Un hermoso día, el Maestro Ch`an (Zen) Mo (silencioso) Hsin (divino) fue a visitarlo.
 -El monje dijo: “Suponga que mi puño estuviera cerrado así para siempre, desde el nacimiento hasta la muerte, sin cambio; ¿cómo llamaría a esto?...”
 -“Una anormalidad (deformación).”
 -“Suponga que esta mano estuviera abierta así para siempre, desde el nacimiento hasta la muerte, sin cambio; ¿cómo llamaría a esto?...”
 -“Eso también sería una anormalidad.”
 -“Sólo es preciso que usted comprenda lo que acabamos de conversar, para que se convierta en una persona rica y feliz.


CUENTO ZEN

miércoles, 28 de septiembre de 2011

DIOS EN EL CORAZÓN


"Que Dios, dice el bondadoso san Francisco de Sales, que Dios sea en
adelante el Dios de vuestro corazón, y no el Dios de vuestra conciencia, de
vuestra inteligencia, de vuestra voluntad..."

 ¡Los homenajes de vuestra conciencia y de vuestro respeto...!
 ¡Dios está ya harto de ellos...!

"Cuando en un corazón anida el fuego del amor, todos los muebles vuelan
por las ventanas".

No seáis, pues, esclavos, haceos niños... Ocupad vuestro lugar en el
corazón de vuestro Esposo... ¡En Dios, estáis en vuestra casa...!

San Francisco de Sales decía: "Ponedle buena cara a vuestra alma, dirigidle
una sonrisa, una palabra amable". "¡Corazón mío, amigo del alma,
caminemos juntos! ¡En nombre de Dios, ten ánimo...!"

"Tened paciencia con Dios, pero ¡tened paciencia con vosotros mismos! Tenemos que
animarnos a nosotros mismos, y mientras nos animemos, no
cosecharemos más que valentía... ¡Hay que ser grande con uno mismo...!"

Una gran pobreza espiritual bien aceptada es un gran tesoro.

Santa Teresita de Lisieux

FUENTE: Escritos varios de Santa Teresa de Lisieux

NUEVOS PROVERBIOS PARA NUESTRO JARDÍN


"Excava el pozo antes de que tengas sed"
"Si caes siete veces, levántate ocho"
"El Gran Arquitecto del Universo hizo al hombre con dos orejas y una boca; para que escuche el doble de lo que habla "
"Si te sientas en el camino, colócate de frente a lo que aún has de andar y de espaldas a lo ya andado"
"Ser rico y privarse, no es ser rico, sino guardián de equipajes"
PROVERBIOS CHINOS
FUENTE:

martes, 27 de septiembre de 2011

LA ESENCIA

Dijo Yajnavalkja a su discípulo Shmetaketu:
-Tráeme un higo de allí.
-Aquí está maestro.
-Divídelo.
-Ya está dividido, maestro.
-¿Qué ves?
- Unas semillas bastante delgadas, maestro.
-Divide una de estas semillas, por favor.
-Ya está dividida, maestro.
-¿Qué ves?.-
-Absolutamente nada, maestro.
-Ciertamente, mi querido discípulo, es de esa esencia delgadísima que no alcanzas a percibir. Ciertamente este gran árbol ha nacido de esa esencia. Créeme, el alma de este mundo es esa esencia delgadísima. Eso es la realidad. Eso es Atman, eso eres tú.
- Has hecho que comprenda aún más, maestro.
-Así sea, mi amado.

FUENTE:

PLACERES BREVES


El Buddha Shakyamuni comparó a los seres sensibles que después persiguen los placeres breves de este mundo con un niño que lame la miel de un cuchillo agudo. No hay modo de que ellos puedan evitar hacerse daño y en última instancia a otros tambien.

PARÁBOLA BUDISTA


FUENTE: Sutra Translation Comittee of the US and Canada
http://www.ymba.org/parable/parabfr3.htm


sábado, 24 de septiembre de 2011

SAN AGUSTÍN Y EL NIÑO EN LA PLAYA


Cuéntase que mientras San Agustín se encontraba en la playa preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, vió a un niño tratando de vaciar el agua del mar en un hoyito que había hecho en la arena. Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba tratando de vaciar el mar en el hoyito, a lo que le contestó el Santo: “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!” Y el Niño le replicó: “No más imposible de lo que es para tí entender o explicar el misterio de la Santísima Trinidad”. Y con estas palabras el Niño desapareció.

FUENTE:

LA CUCHARA


Un estudiante de zen se quejaba de que no podía meditar: sus pensamientos no se lo permitían. Habló de esto con su maestro diciéndole: "Maestro, los pensamientos y las imágenes mentales no me dejan meditar; cuando se van unos segundos, luego vuelven con más fuerza. No puedo meditar. No me dejan en paz". El maestro le dijo que esto dependía de él mismo y que dejara de cavilar. No obstante, el estudiante seguía lamentándose de que los pensamientos no le dejaban en paz y que su mente estaba confusa. Cada vez que intentaba concentrarse, todo un tren de pensamientos y reflexiones, a menudo inútiles y triviales, irrumpían en su cabeza.
El maestro entonces le dijo: "Bien. Aferra esa cuchara y tenla en tu mano. Ahora siéntate y medita". El discípulo obedeció. Al cabo de un rato el maestro le ordenó:"¡Deja la cuchara!". El alumno así hizo y la cuchara cayó obviamente al suelo. Miró a su maestro con estupor y éste le preguntó: "Entonces, ahora dime quién agarraba a quién, ¿tú a la cuchara, o la cuchara a ti?.

CUENTO ZEN


FUENTE:
http://www.galeon.com/jlgarcia/11cuentos/cuento7.htm

PROVERBIOS CHINOS


"Es más fácil variar el curso de un río que el carácter de un hombre"

"Si tus palabras no aportan nada interesante, utiliza el maravilloso lenguaje del silencio"

"Si no deseas que nadie se entere; no lo hagas"

"Si deseas ser feliz un día, emborráchate; sí deseas serlo tres, cásate; pero si deseas serlo toda una vida, planta un jardín"

"Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa"

FUENTE:


viernes, 23 de septiembre de 2011

YA ESTAMOS


Un maestro y su discípulo caminan.
El discípulo pregunta: “¿Adónde vamos, maestro?”
El maestro responde: “Ya estamos”

CUENTO ZEN

BUDA Y EL ARROYO

"Un día Buda pasaba a través de un bosque. Era un caluroso día de verano y tenía mucha sed. Le dijo a Ananda, su principal discípulo:
-Ananda, regresa. Cuatro o cinco kilómetros más atrás hemos pasado por un pequeño arroyo. Tráeme un poco de agua. Llévate mi cuenco de mendicante. Tengo mucha sed y estoy cansado -había envejecido.
Ananda volvió hacia atrás… pero cuando llegó al arroyo, acababan de cruzarlo unas carretas tiradas por bueyes que habían enturbiado toda el agua. Las hojas muertas, que estaban reposando en el fondo, habían subido a la superficie, esta agua ya no se podía beber; estaba demasiado sucia. Regresó con las manos vacías y dijo:
-Tendrás que esperar un poco. Iré por delante. He oído que a sólo cuatro o cinco kilómetros de aquí hay un gran río. Traeré el agua de allí. Pero Buda insistió:
-Regresa y tráeme el agua de ese arroyo.
Ananda no podía entender la insistencia, pero si el Maestro lo dice, el discípulo tiene que obedecer. A pesar de lo absurdo de la situación -que de nuevo tiene que caminar cuatro o cinco kilómetros, y sabe que no merece la pena beber ese agua-, él va. Cuando está yendo, Buda le dice:
-Y no regreses si el agua sigue estando sucia. Si está sucia, siéntate en la orilla en silencio. No hagas nada, no te metas en el arroyo. Siéntate en la orilla en silencio y observa. Antes o después el agua volverá a aclararse, y entonces llena el cuenco y regresa.
Ananda volvió hasta allí. Buda tenía razón: el agua estaba casi clara, las hojas se habían desplazado, el polvo se había asentado. Pero todavía no estaba totalmente transparente, de modo que se sentó en la orilla y observó cómo fluía el río.

Poco a poco se volvió cristalina. Después regresó bailando. Entonces entendió por qué Buda había insistido tanto. Había un cierto mensaje en todo esto para él, y lo había entendido. Le dio el agua a Buda, le dio las gracias a Buda, se postró a sus pies.
Buda dijo:
-¿Qué estás haciendo? Yo te debería de dar las gracias por haber traído el agua.
Ananda dijo:
-Ahora lo puedo entender. Primero me enfadé; no lo mostré, pero estaba enfadado porque era absurdo regresar. Pero ahora he entendido el mensaje. Esto es lo que en realidad necesito en este momento. Con la mente es el mismo caso. Sentado en la orilla de ese pequeño arroyo me hice consciente de que pasa lo mismo con la mente. Si me meto en el arroyo lo volveré a ensuciar. Si me meto en la mente, provocaré más ruido, empezarán a aparecer más problemas, a emerger.
Sentado a un lado he aprendido la técnica.
Ahora me sentaré también al lado de la mente, observándolas con todas sus suciedades, problemas, hojas muertas, dolores y heridas, recuerdos y deseos. Me sentaré indiferente en la orilla y esperaré el momento en que todo esté claro..."

FUENTE:
http://www.waju.com.ar/webs/planetlove/Reflexiones-para-mejorar-el-alma--/A-orillas-del-Rio--cuento--WQZ557544

jueves, 22 de septiembre de 2011

LAS BIENAVENTURANZAS







01 Jesús, al ver toda aquella muchedumbre, subió al monte. Se sentó y sus discípulos se reunieron a su alrededor.

02 Entonces comenzó a hablar y les enseñaba diciendo:

03 «Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

04 Felices los que lloran, porque recibirán consuelo.

05 Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

06 Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

07 Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia.

08 Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios.

09 Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios.

10 Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

11 Felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias.

12 Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así persiguieron a los profetas que vinieron antes de ustedes.

13 Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Ya no sirve para nada, por lo que se tira afuera y es pisoteada por la gente.

14 Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte?

15 Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa.

16 Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos.

17 No crean que he venido a suprimir la Ley o los Profetas. He venido, no para deshacer, sino para traer lo definitivo.

18 En verdad les digo: mientras dure el cielo y la tierra, no pasará una letra o una coma de la Ley hasta que todo se realice.

19 Por tanto, el que ignore el último de esos mandamientos y enseñe a los demás a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. En cambio el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los Cielos.

Evangelio según San Mateo Cap 5 versículo 1 al 19

martes, 20 de septiembre de 2011

UNOS MINUTOS EN EL JARDÍN DE BUDA


El odio no disminuye con el odio. El odio disminuye con el amor.
Como flores hermosas, con color, pero sin aroma, son las dulces palabras para el que no obra de acuerdo con ellas.
Avanzando estos tres pasos, llegarás más cerca de los dioses: Primero: Habla con verdad. Segundo: No te dejes dominar por la cólera. Tercero: Da, aunque no tengas más que muy poco que dar.
Para enseñar a los demás, primero has de hacer tú algo muy duro: has de enderezarte a ti mismo.
No hay incendio como la pasión: no hay ningún mal como el odio.
El insensato que reconoce su insensatez es un sabio. Pero un insensato que se cree sabio es, en verdad, un insensato.
Larga es la noche para el que yace despierto; larga es la milla para el que va cansado; larga es la vida para el necio que no conoce la verdadera ley.
Pocos son entre los hombres los que llegan a la otra orilla; la mayor parte corre de arriba a abajo en estas playas.

Buda Sidhartha Gautama

domingo, 18 de septiembre de 2011

SEÑOR HAZME UN INSTRUMENTO DE TU PAZ




Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz .
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación,
que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque
tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es dando , que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.

San Francisco de Asís

viernes, 16 de septiembre de 2011

DIÁLOGO ENTRE JESÚS Y NICODEMO

01 Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos.

02 Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él».


03 Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios.»

04 Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?».

05 Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.

06 Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu.

07 No te extrañes de que te haya dicho: «Ustedes tienen que renacer de lo alto».

08 El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu».

09 «¿Cómo es posible todo esto?», le volvió a preguntar Nicodemo.

10 Jesús le respondió: «¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas?

11 Te aseguro que nosotros hablamos de lo que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.

12 Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?

13 Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.

14 De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,

15 para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

16 Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

17 Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

18 El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

19 En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.

20 Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.

21 En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios».


Evangelio según San Juan Cap 3 versículo 1 al 21

jueves, 15 de septiembre de 2011

UNOS MINUTOS CON SANTA TERESA DE JESÚS



Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan nada, que capaz es de mucho más que podremos considerar, y a todas partes de ella se comunica este sol que está en este palacio. Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas, arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje en estar mucho tiempo en una pieza sola. ¡Oh que si es en el propio conocimiento! Que con cuán necesario es esto (miren que me entiendan), aun a las que las tiene el Señor en la misma morada que El está, que jamás ­por encumbrada que esté­ le cumple otra cosa ni podrá aunque quiera; que la humildad siempre labra como la abeja en la colmena la miel, que sin esto todo va perdido. Mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer flores; así el alma en el propio conocimiento, créame y vuele algunas veces a considerar la grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí misma, y más libre de las sabandijas adonde entran en las primeras piezas, que es el propio conocimiento; que aunque, como digo, es harta misericordia de Dios que se ejercite en esto, tanto es lo de más como lo de menos ­suelen decir­ . Y créanme, que con la virtud de Dios obraremos muy mejor virtud que muy atadas a nuestra tierra.

Tomado de "LAS MORADAS"

UNOS MINUTOS CON CONFUCIO


El hombre superior no discute ni se pelea con nadie. Sólo discute cuando es preciso aclarar alguna cosa, pero aún entonces cede el primer lugar a su antagonista vencido y sube con él a la sala; terminada la discusión, bebe con su contrincante en señal de paz. Estas son las únicas discusiones del hombre superior.

Un hombre sin virtud no puede morar mucho tiempo en la adversidad, ni tampoco en la felicidad; pero el hombre virtuoso descansa en la virtud, y el hombre sabio la ambiciona.

El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor.

El saber consiste en admitir como saber lo que se sabe y como no saber lo que no se sabe

¿QUE ES DEL HOMBRE DESPUÉS DE SU MUERTE?

Entonces, el saber y las obras le toman de la mano, y también su experiencia anterior. Igual que un gusano, despues de haber llegado a la punta de la hoja, se pasa al otro lado y empieza a avanzar por él, así el alma también, tras haberse sacudido la carne y haberse desprendido del no-saber, empieza de nuevo desde un comienzo diferente. Igual que el orfebre toma de una obra la materia para forjar de ella una nueva forma distinta, más bella, así también esta alma, tras haberse sacudido el cuerpo y el no-saber, se crea una nueva figura distinta y más bella, ya sea el padre... o los dioses... u otro ser...
Según que uno esté hecho de esto o de aquello, según actúe, según él peregrine, así nacerá: quien hizo el bien, nace como bueno, quien hizo el mal, nace como malo, santo se hace por obras santas, malo por lo malo.


Éste es el pensamiento de la transmigración de las almas, tal como lo formuló el célebre Yagnavayalka.

FUENTE: Upanisad Brihadaranyaka. Deussen, Gesch, I, 2, p 297
Historia Universal de la Filosofía (Hans Joachim Storig) Ed Tecnos 1995 - pág 67

miércoles, 14 de septiembre de 2011

APARICIÓN DE SANTO DOMINGO SAVIO - SUEÑO DE DON BOSCO

SUEÑO 103.—AÑO DE 1876.
(M. B. Tomo XII. págs. 586-595)
La noche del 22 de diciembre fue memorable en los anales del Oratorio. Se anticiparon un poco las oraciones de la noche. En la sala de visitas de los estudiantes se congregaron también los artesanos y todo el personal de la casa. El día antes, [San] Juuan Don Bosco había prometido a todos contarles un sueño, pero ocupaciones urgentes le impidieron cumplir su promesa. Es, pues, de imaginar la expectación general. Subió a su cátedra, siendo recibido con entusiastas aplausos, como sucedía siempre que daba las buenas noches a toda la comunidad con aquella solemnidad. Apenas indicó que iba a comenzar a hablar se hizo un silencio profundo.
La noche que pasé en Lanzo —comenzó diciendo— al llegar la hora del descanso mi imaginación se sintió completamente absorbida por el siguiente sueño. Se trata de un sueño que no tiene relación alguna con los demás.
Les he contado ya uno bastante parecido a este durante los ejercicios espirituales, pero o porque no estaban presentes todos vosotros, o porque difiere bastante de aquél, he decidido contarles este. Hay en él cosas muy extrañas. Pero vosotros sabéis que a mis hijos yo siempre les hablo con el corazón abierto; para vosotros yo no tengo secretos. Hagan de él el caso que quieran, pero, como dice el apóstol San
Pablo: quod bonum est tenete; si encuentran en este sueño algo que pueda servir de provecho para sus almas, no la desperdicien. El que no quiera creer en él, que no crea, esto nada importa; pero que ninguno ponga en ridículo las cosas que les voy a decir. Les ruego una vez más que no cuenten lo que les voy a narrar a nadie que no sea de la casa y que mucho menos lo comuniquen por escrito fuera de aquí. A los sueños se les puede dar la importancia que los sueños se merecen y los que no conocen nuestras cosas íntimas, podrían pronunciar un juicio erróneo y dar a las cosas unos apelativos que no les corresponden. No sabéis que sois mis hijos y que yo os digo todo cuanto sé y a veces incluso lo que no sé. (Risas generales). Pero lo que un padre manifiesta a sus hijos para su bien, debe quedar entre padre e hijos y nada más. Y, además, por otra razón. Por lo común, si el sueño se cuenta a los de fuera, o se tergiversan los hechos o se expone lo que menos interesa y de esto se origina siempre algún daño y el mundo despreciaría lo que no debe ser despreciado.

Es necesario sepáis que ordinariamente los sueños se tienen durmiendo. Ahora bien, la noche del seis de diciembre, mientras estaba en mi habitación sin saber positivamente si estaba leyendo o paseando por la misma, o si estaba en el lecho, comencé a soñar...
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De pronto me pareció encontrarme sobre una pequeña prominencia de terreno, al borde de una inmensa llanura cuyos confines no se llegaban a alcanzar con la vista.
Aquella planicie se perdía en la inmensidad; era azulada como el mar en plena calma, aunque lo que yo contemplaba no era agua precisamente.
Parecía como un terso cristal luciente. Bajo mis pies, detrás de mí y a los lados, veía una región a la manera de una playa a orillas del océano.
Anchos y enormes paseos dividían la llanura en vastísimos jardines de inenarrable belleza, todos repartidos en bosquecillos, prados y parterres de flores, de formas y colores variados. Ninguna de nuestras plantas puede darnos una idea de aquellas otras, aunque guardaban con ellas alguna semejanza. Las hierbas, las flores, los árboles, las frutas eran vistosísimas y de bellísimo aspecto. Las hojas eran de oro, los troncos y ramas de diamante y lo restante hacia juego con esta, riqueza. Imposible contar las diferentes especies, y cada especie y cada flor resplandecía con luz propia. En medio de aquellos jardines y en toda la extensión de la llanura contemplaba yo innumerables edificios de un orden, belleza y armonía, de tal magnificencia y de tan extraordinarias proporciones que para la construcción de uno solo de ellos parecía que no habrían bastado todos los tesoros de la tierra. Al contemplar aquello me decía yo a mí mismo:
—Si mis jóvenes tuvieran una sola de estas casas, ¡oh, cómo gozarían!, ¡qué felices serían!, ¡con cuánto gusto vivirían en ellas!
Y así pensaba con sólo ver aquellos palacios por fuera.
¡Cuál no debería ser su magnificencia interior!
Mientras contemplaba extasiado tan estupendas maravillas y el ornato de aquellos jardines, hirió mis oídos una música dulcísima y de tan grata armonía que no les podría dar una idea de ella. En su comparación, nada tienen que ver las de Cagliero y Dogliani. Eran cien mil instrumentos que producían cada uno un sonido distinto del otro, mientras todos los sonidos posibles difundían por el aire su sonoridad. A estos se les unían los coros de los cantores.
Vi entonces una multitud de gentes dispersas por aquellos jardines que se divertía en medio de la mayor alegría. Quién tocaba, quién cantaba. Cada voz, cada nota hacía el efecto de mil instrumentos reunidos, todos diversos entre sí. Al mismo tiempo se oían los diversos grados de la escala armónica, desde el más alto al más bajo que se puede imaginar, pero todos en perfecto acorde. ¡Ah! Para describir esta armonía no bastan las comparaciones humanas.
En el rostro de aquellos felices moradores del jardín se veía que los cantores no sólo experimentaban extraordinario placer en cantar, sino que al mismo tiempo sentían un inmenso gozo al oír cantar a los demás. Y cuanto más cantaba uno, más se le encendía el deseo de cantar, cuanto más escuchaba, más deseaba escuchar. Su canto era éste:
Salus, honor, gloria Deo Patri Omnipotentil... Auctor saeculi, qui erat, qui est, qui venturus est judicare vivos et mortuos in saecula saeculorum.
Mientras escuchaba atónito estas celestes armonías vi aparecer una multitud de jóvenes, muchos de los cuales habían estado en el Oratorio y en algunos otros colegios; a muchos, por consiguiente, los conocía, aunque la mayor parte me era desconocida. Aquella muchedumbre incontable se dirigía hacia mí. A su cabeza venía [Santo ] Domingo Savio, y detrás de él Don Alasonatti, Don Chiala, Don Giulitto y muchos, muchos otros sacerdotes y clérigos, cada uno de ellos al frente de una sección de niños.
Entonces me pregunté a mí mismo: —¿Duermo o estoy despierto?
Y daba palmadas y me tocaba el pecho para cerciorarme de que era realidad cuanto veía.
Al llegar toda aquella turba delante de mí, se detuvo a una distancia de unos ocho o diez pasos. Entonces brilló un relámpago de luz más viva, cesó la música y siguió un profundo silencio. Aquellos jóvenes estaban inundados de una grandísima alegría que se reflejaba en sus ojos y sus rostros eran como un trasunto de la paz interior que reinaba en sus espíritus. Me miraban con una dulce sonrisa en sus labios y parecía como si quisieran hablar, pero permanecieron en silencio.
[Santo] Domingo Savio se adelantó solo, dando unos pasos hacia mí y se detuvo tan cerca de donde yo estaba que si hubiese extendido la mano, ciertamente le habría tocado. Callaba y me miraba también él sonriente. ¡Qué hermoso estaba! Su vestido era realmente singular. Le caía hasta los pies una túnica blanquísima cuajada de diamantes y toda ella tejida de oro. Ceñía su cintura con una amplia faja roja recamada de tal modo de piedras preciosas que las unas casi tocaban a las otras, entrelazándose en un dibujo tan maravilloso que ofrecían una belleza tal de colorido que yo, al contemplarla, me sentía lleno de admiración. Le pendía del cuello un collar de peregrinas flores, no naturales, las hojas parecían de diamantes unidas entre sí sobre tallos de oro y así todo lo demás. Estas flores refulgían con una luz sobrehumana más viva que la del sol, que en aquel instante brillaba en todo su esplendor primaveral, proyectando sus rayos sobre aquel rostro candido y rubicundo de una manera indescriptible e iluminándolo de tal forma que no era posible distinguir cada uno de sus rasgos. Llevaba sobre la cabeza, [Santo] Domingo [Savio], una corona de rosas; le caía sobre los hombros en ondulantes bucles la hermosa cabellera, dándole un aire tan bello, tan amable, tan encantador, que parecía... parecía ¡un ángel!
No menos resplandecientes de luz estaban los que le acompañaban. Vestían todos de diversa manera, pero siempre bellísima; más o menos rica; quién de una forma, quién de otra, y cada una de aquellas vestiduras tenía un significado que nadie sabría comprender. Pero todos llevaban la cintura ceñida por una faja roja igual a la que llevaba [Santo] Domingo [Savio].
Yo seguía contemplando absorto todo aquello y pensaba:
—¿Qué significa esto?... ¿Cómo he venido a parar a este sitio?
Y no sabía explicarme dónde me encontraba.
Fuera de mí, tembloroso por la reverencia que aquello me inspiraba, no me atrevía a decir palabra. También los demás continuaban silenciosos.
Finalmente, [Santo] Domingo [Savio] despegó los labios para decir: —¿Por qué estás aquí mudo y como anonadado? ¿No eres el hombre que en otro tiempo de nada se amedrentaba? ¿Que arrostraba intrépido las calumnias, las persecuciones, las maquinaciones de los enemigos, y las angustias y los peligros de toda suerte?
¿Dónde está tu valor? ¿Por qué no hablas?
Y contesté a duras penas, balbuceando las palabras:
—Yo no sé qué decir... Pero, ¿no eres tú [Santo] Domingo Savio?
—Sí, lo soy, ¿ya no me reconoces?
—¿Y cómo te encuentras aquí?—, añadí confuso.
[Santo] Domingo [Savio] entonces, afectuosamente me dijo:
—He venido para hablar contigo. ¡Cuántas veces hemos conversado juntos en la tierra! ¿No recuerdas cuánto me amabas, cuántas pruebas de estima y de afecto me diste? ¿Y yo no correspondí acaso a tus desvelos? ¡Qué grande confianza puse en ti! ¿Por qué, pues, temes? ¡Ea!
Pregúntame algo.
Entonces, cobrando un poco de ánimo, le dije:
—Es que... no sé dónde me encuentro, por eso estoy temblando.
—Estás en una mansión de felicidad— me respondió [Santo] Domingo [Savio]—, en donde se gozan todas las dichas, todas las delicias. —¿Es este, pues, el premio de los justos? —No, por cierto. Aquí no se gozan los bienes eternos, sino sólo, aunque en grado sumo, los temporales.
—Entonces, ¿todas éstas son cosas naturales? —Sí; aunque embellecidas por el poder de Dios. —¡Y a mi que me parecía que esto era el Paraíso!—, exclamé. —¡No, no, no!,
—repuso [Santo Domingo] Savio—. No hay ojo mortal que pueda ver las bellezas eternas.
—¿Y estas músicas —seguí preguntando— son las armonías de que gozáis en el Paraíso?
—¡No, no, ya te he dicho que no! —¿Son armonías naturales?
—Sí, son sonidos naturales perfeccionados por la omnipotencia de Dios.
—Y esta luz que sobrepuja a la luz del sol ¿es luz sobrenatural? ¿Es luz del Paraíso?
—Es luz natural aunque reavivada y perfeccionada por la omnipotencia divina.
—¿Y no se podría ver un poco de luz sobrenatural? —
Nadie puede gozar de ella hasta que no llegue a ver a Dios sicut est. El más ínfimo rayo de esa luz quitaría al instante la vida a un hombre, porque no hay fuerzas humanas que la puedan resistir. —¿No puede haber una luz natural más hermosa que esta? —¡Si supieras! Si vieras solamente un rayo de sol, llevado a un grado superior a este, quedarías fuera de ti.
—¿Y no se puede ver al menos una partícula de esa luz que dices?
—Sí que se puede ver y tendrás la prueba de lo que digo. Abre los ojos.
—Ya los tengo abierto— contesté.
—Pues fíjate bien y mira allá al fondo de ese mar de cristal. Tendí la vista y al mismo tiempo apareció de improviso, en el cielo y a una distancia inmensa, una fugaz centella de luz, sutilísima como un hilo, pero tan brillante, tan penetrante que di un grito que despertó a Don Lemoyne, aquí presente, que dormía en una habitación próxima a la mía. Aquel destello de luz era cien millones de veces más clara que la del sol y su fulgor bastaría para iluminar el universo entero.
Un instante después abrí los ojos y pregunté a [Santo] Domingo [Savio]:
—¿Qué es esto? ¿Tal vez un rayo divino?
[Santo Domingo] Savio contestó:
—No es luz sobrenatural, si bien, comparada con la terrestre, le supera mucho en fulgor. No es más que la luz natural elevada a un mayor esplendor por la omnipotencia divina. Y aunque imaginaras una inmensa zona de luz semejante a la centellita que acabas de ver al fondo de esta llanura, rodeando todo el universo, no por eso llegarías a formarte una idea de los esplendores del Paraíso.
—Y Vosotros, ¿qué gozan en el Paraíso?
—¡Ah! Es imposible el querértelo explicar; lo que se goza en el Paraíso no hay mortal alguno que pueda saberlo mientras no abandone esta vida y se reúna con su Creador.
Lo único que se puede decir es que se goza de Dios; y esto es todo.
Entretanto, recobrado ya plenamente de mi primer aturdimiento, contemplaba absorto la hermosura de [Santo] Domingo Savio cuando le pregunté en el tono de la mayor confianza:
—¿Por qué llevas ese vestido tan blanco y reluciente?
Calló [Santo] Domingo [Savio], sin dar muestras de querer contestar a mi pregunta y el coro comenzó a cantar armoniosamente acompañado de todos los instrumentos:
Ipsi habuerunt lumbos praecinctos et dealbaverunt stolas suas in sanguine Agni.
Cuando cesó el canto volví a preguntar:
—¿Y por qué llevas a la cintura esa faja de color rojo?
Tampoco esta vez quiso [Santo Domingo] Savio responder a mi pregunta y mientras hacía un gesto como de rehusar la contestación, Don Alasonatti cantó solo:
—Vírgenes enim sunt, et sequuntur Agnum, quocumque fuerit.
Comprendí entonces que la faja de color de sangre, era símbolo de los grandes sacrificios hechos, de los violentos esfuerzos y casi del martirio sufrido por conservar la virtud de la pureza; y que, para mantenerse casto en la presencia del Señor, hubiera estado pronto a dar la vida, si las circunstancias así lo hubiesen exigido; y que al mismo tiempo simbolizaba las penitencias que libran al alma de la mancha de la culpa. La blancura y esplendor de la túnica representaban la conservación de la inocencia bautismal.
Yo, entretanto, atraído por aquellos cantos y al contemplar todas aquellas falanges de jóvenes celestiales que seguían a [Santo] Domingo Savio, pregunté a éste:
—¿Y quiénes son ésos que te siguen?
Y dirigiéndome a ellos les dije:
—¿Cómo es que tienen ese aspecto tan refulgente?
[Santo Domingo] Savio continuó callado mientras todos aquellos jóvenes comenzaron a cantar:
—Hi sunt sicut Angelí Dei in coelo.
Por mi parte me di cuenta de que [Santo] Domingo [Savio] gozaba de cierta preeminencia entre los demás, que se mantenían a respetuosa distancia detrás de él, como a unos diez pasos; por eso le dije:
—Dime, [Santo] Domingo [Savio], siendo tú el más joven de los que veo aquí y de los que han muerto en nuestras casas, ¿por qué vas delante de ellos y les precedes? ¿Por qué eres tú quien hablas, mientras ellos callan?
—Yo soy el más viejo de todos—me contestó.
—No—le repliqué—, muchos te aventajan en edad.
—Yo soy el más antiguo del Oratorio—replicó [Santo] Domingo [Savio]—porque he sido el primero en dejar el mundo para ir a la otra vida. Además: Legatione Dei fungor.
Esta respuesta me indicaba el motivo de la visión. [Santo] Domingo Savio hacía las veces del embajador de Dios.
—Entonces —le dije— hablemos de lo que en este instante más me importa.
—Sí y pregúntame pronto lo que deseas saber. Las horas pasan y se podría acabar el tiempo que se me ha concedido para hablarte y después no me verías más.
—Según parece ¿tienes algún asunto de importancia que comunicarme?
—¿Qué puedo decirte yo, mísera criatura?, —dijo humildemente [Santo] Domingo [Savio]—. He recibido de lo alto la misión de hablarte y por eso he venido.
—Entonces —exclamé— háblame del pasado, del presente y del porvenir de nuestro Oratorio. Háblame de mis queridos hijos, háblame de mi Congregación.
—Respecto a ésta tendría muchas que comunicarte.
—Cuéntame, pues, lo que sabes: el pasado...
—El pasado recae todo sobré ti.
—¿He cometido alguna falta?
—En cuanto al pasado te he de decir que tu Congregación ha hecho ya mucho bien. ¿Ves allá abajo aquel número incontable de jóvenes?
—Sí que los veo. ¡Cuántos son! ¡Qué felicidad se refleja! en sus rostros!
—Observa lo que está escrito a la entrada del jardín.
—Ya lo veo. Dice: «Jardín Salesiano».
—Pues bien—prosiguió [Santo] Domingo [Savio]—; todos ésos han sido Salesianos o fueron educados por ti o han sido salvados por ti, o por tus sacerdotes o clérigos o por otros que encaminaste por la vía de la vocación.
Cuéntalos si puedes. Su número, empero, sería cien millones de veces mayor si mayor hubiera sido tu fe y confianza en el Señor.
Lancé un suspiro, sin saber qué responder al escuchar semejante reproche; sin embargo, me dije para mis adentros: En lo sucesivo procuraré tener más fe y más confianza en la Providencia. Después añadí:
—¿Y el presente, qué me dices del presente?
[Santo] Domingo [Savio] me presentó un magnífico ramillete que tenía en la mano. Había en él rosas, violetas, girasoles, gencianas, lirios, siemprevivas, y entre las flores, espigas de trigo. Me lo ofreció diciéndome:
—¡Mira!
—Ya veo, pero no entiendo lo que me quieres decir.
—Entrega este ramillete a tus hijos, para que puedan ofrecérselo al Señor cuando llegue el momento; procura que todos lo tengan, que a ninguno le falte ni se lo deje arrebatar. Ten la seguridad de que si lo conservan, esto será suficiente para que se sientan felices.
—Pero ¿qué significa este ramillete de flores?
—Consulta la Teología; ella te lo dirá y te dará la explicación.
—La Teología la he estudiado, pero no sabría encontrar en ella el significado del ramo que me ofreces.
—Pues estás obligado a saber todo esto.
—Vamos; calma mi ansiedad; explícamelo.
—¿Ves estas flores? Representan las virtudes que más agradan al Señor.
—¿Y cuáles son?
—La rosa es símbolo de la caridad; la violeta, de la humildad; el girasol, de la obediencia; la genciana, de la penitencia y de la mortificación; las espigas, de la Comunión frecuente; el lirio simboliza la bella virtud de la cual está escrito: Erunt sicut Angelí Dei in cáelo: la castidad. La siempreviva quiere indicar que estas virtudes han de ser perennes, simbolizando la perseverancia.
—Bien, [Santo] Domingo [Savio], tú que durante tu vida practicaste todas estas virtudes, dime: ¿qué fue lo que más te consoló a la hora de la muerte?
—¿Qué crees tú que pudo ser?:—, contestó [Santo] Domingo [Savio].
—¿Fue tal vez el haber conservado la bella virtud de la pureza?
—No, eso solo, no.
—¿Quizás la tranquilidad de conciencia?
—Cosa buena es esa, pero no la mejor.
—¿Acaso fue la esperarla del Paraíso?
—Tampoco.
—Pues ¿qué entonces? ¿El haber hecho muchas buenas obras?
—¡No,no!
—¿Cuál fue, pues, tu mayor consuelo en aquella última hora?—, le insistí confuso y suplicante, al ver que no lograba adivinarlo.
—Lo que más me confortó en el trance de la muerte fue la asistencia de la potente y bondadosa Madre de Dios.
Dilo a tus hijos; que no se olviden de invocarla en todos los momentos de la vida. Pero... habla pronto, si quieres que te responda.
—En cuanto al porvenir, ¿qué me dices?
—Que el año venidero de 1877 tendrás que sufrir un gran dolor, seis hijos de los que te son más queridos serán llamados por Dios a la eternidad. Pero consuélate, pues han de ser trasplantados del erial de este mundo a los jardines del Paraíso. No temas: serán coronados. El Señor te ayudará y te mandará otros hijos igualmente buenos.
—¡Paciencia!, —exclamé—. ¿Y por lo que se refiere a la Congregación?
—Por lo que respecta a la Congregación has de saber que Dios le prepara grandes acontecimientos. El año venidero surgirá para ella una aurora de gloria tan espléndida que iluminará cual relámpago los cuatro ángulos del orbe, de Oriente al Ocaso y del Mediodía al Septentrión: una gran gloria le está reservada. Tú debes procurar que el carro en el que va el Señor no sea por los tuyos apartado de sus directrices ni de su sendero. Si tus sacerdotes lo conducen bien y saben hacerse dignos de la alta misión que se les ha confiado, el porvenir será espléndido e infinitas las personas que se salvarán, a condición empero de que tus hijos sean devotos de la Santísima Virgen y conserven la virtud de la castidad, que tan grata es a los ojos de Dios, cuantos viven en tu casa.
—Ahora desearía que me dijeses algo sobre la Iglesia en general.
—Los destinos de la Iglesia están en manos del Creador. Lo que ha determinado en sus infinitos decretos, no lo puedo revelar. Tales arcanos se los reserva El exclusivamente para sí y de ellos no participa ninguno de los espíritus creados.
—¿Y [Beato] Pío Pp. IX?
—Lo único que puedo decirte es que el Pastor de la Iglesia tendrá que sostener aún duras batallas sobre esta tierra. Pocas son las que le quedan por vencer. Dentro de poco será arrebatado de su trono y el Señor le dará la merecida merced. Lo demás ya es sabido de todos: la Iglesia no puede perecer... ¿Tienes aún algo más que preguntar?
—Y de mí, ¿qué me dices de mí?
—¡Oh, si supieras por cuántas vicisitudes tendrás todavía que pasar! Pero date prisa, pues apenas me queda tiempo para hablar contigo—. Entonces extendí anhelante las manos para tocar a aquel mi querido hijo, pero sus manos parecían inmateriales y nada pude asir.
—¿Qué haces, loquillo?—, me dijo [Santo] Domingo [Savio] sonriendo. —Es que temo que te vayas —exclamé—.
¿No estás aquí con el cuerpo?
—Con el cuerpo no; lo recobraré un día. —¿Y qué es, pues, este tu parecido? Yo veo en ti la fisonomía de [Santo] Domingo Savio.
—Mira: cuando por permisión divina se les aparece algún alma separada del cuerpo, presenta a su vista la forma exterior del cuerpo al que en vida estuvo unido con todos sus rasgos exteriores, si bien grandemente embellecidos y así los conserva mientras con él no vuelva a reunirse en el día del juicio universal. Entonces se lo llevara consigo al Paraíso. Por eso te parece que tengo manos, pies y cabeza; en cambio no puedes tocarme porque soy espíritu puro. Esta es sólo una forma externa por la que me puedes conocer.
Comprendo —contesté—; pero escucha. Una palabra más. ¿Mis jóvenes están todos en el recto camino de la salvación? Dime alguna cosa para que pueda dirigirlos con acierto.
—-Los hijos que la Divina Providencia te ha confiado pueden dividirse en tres clases. ¿Ves estas tres listas? Y me entregó una. —¡Examínala!
Observé la primera; estaba encabezada por la palabra: Invulnerati y contenía los nombres de aquellos a quienes el demonio no había podido herir: los que no habían mancillado su inocencia con culpa alguna. Eran muchos y los vi a todos. A muchos de ellos los conocía, a otros no los había visto nunca y seguramente vendrán al Oratorio en años sucesivos. Marchaban rectamente por un estrecho sendero, a pesar de que eran el blanco de las flechas, sablazos y lanzadas que por todas partes les llovían. Dichas armas formaban como un seto a ambos lados del camino y los hostigaban y molestaban sin herirlos.
Entonces [Santo] Domingo [Savio] me dio la segunda lista, cuyo título era: Vulnerati, esto es, los que habían estado en desgracia de Dios; pero una vez puestos en pie, ya se habían curado de sus heridas arrepintiéndose y confesándose. Eran más numerosos que los primeros y habían sido heridos en el sendero de su vida por los enemigos que le asediaban durante el viaje. Leí la lista y los vi a todos. Muchos marchaban encorvados y desalentados.
Domingo tenía aun en la mano la tercera lista. Era su epígrafe. Lassati in via iniquitatis y contenía los nombres de los que estaban en desgracia de Dios. Estaba yo impaciente por conocer aquel secreto; por lo que extendí la mano, pero [Santo Domingo] Savio me interrumpió con presteza:
—No; aguarda un momento y escucha. Si abres esta hoja saldrá dé ella un hedor tal, que ni tú ni yo lo podríamos resistir. Los ángeles tienen que retirarse asqueados y horrorizados, y el mismo Espíritu Santo siente náuseas ante la horrible hediondez del pecado.
—¿Y cómo puede ser eso —le interrumpí— siendo Dios y los ángeles impasibles? ¿Cómo pueden sentir el hedor de la materia?
—Sí; porque cuanto mejores y más puras son las criaturas, tanto más se asemejan a los espíritus celestiales; y por el contrario, cuanto peor y más deshonesto y soez es uno, tanto más se aleja de Dios y de sus Ángeles, quienes a su vez se apartan del pecador convertido en objeto de náusea y de repulsión.
Entonces me dio la tercera lista.
—Tómala —me dijo—, ábrela y aprovéchate de ella en bien de tus hijos; pero no te olvides del ramillete que te he dado: que todos los tengan y conserven.
Dicho esto y después de entregarme la lista, retiróse en medio de sus compañeros como en actitud de marcha.
Abrí entonces la lista; no vi nombre alguno, pero al instante se me presentaron de golpe todos los individuos en ella escritos, como si en realidad estuviera contemplando sus personas. ¡Con cuánta amargura los observé! A la mayor parte de ellos los conocía; pertenecen al Oratorio y a otros Colegios. ¡Cuántos de ellos parecen buenos, e incluso los mejores de entre los compañeros, y, sin embargo, no lo son!
Mas apenas abrí la lista, esparcióse en derredor de mí un hedor tan insoportable, que al punto me vi aquejado de acerbísimos dolores de cabeza y de unas ansias tales de vomitar que creía morirme.
Entretanto oscurecióse el aire; desapareció la visión y nada más vi de tan hermoso espectáculo; al mismo tiempo un rayo iluminó la estancia y un trueno retumbó en el espacio, tan fuerte y terrible que me desperté sobresaltado.
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Aquel hedor penetró en las paredes, infiltrándose en mis vestidos, de tal forma que muchos días después aún parecía percibir aquella pestilencia. Ahora mismo, con sólo recordarlo, me vienen náuseas, me siento como ahogado y se me revuelve el estómago.
En Lanzo, donde me encontraba, comencé a preguntar a unos y a otros; hablé con varios y pude cerciorarme de que el sueño no me había engañado.
Es, pues, una gracia del Señor, que me ha dado a conocer el estado del alma de cada uno de vosotros; pero de esto me guardaré de decir nada en público. Ahora no me queda más que augurarles buenas noches.
El ver en el sueño —continúa Don Lemoyne— que eran considerados como malos ciertos jóvenes que pasaban en la casa por los mejores, hizo sospechar a [San] Juan Don Bosco que se trataba de una ilusión. He aquí el motivo por el cual había llamado precedentemente a algunos ad audiendum verbum: quería asegurarse bien sobre la naturaleza del sueño. Por el mismo motivo retrasó en quince días su relato. Cuando tuvo la seguridad de que la cosa procedía de lo alto, habló. El tiempo vendría a confirmar la realidad de otras muchas cosas que vio en el mismo y que llegaron a cumplirse.
La primera predicción, la más importante, se refería al número de sus queridos hijos que morirían en 1877, divididos en dos grupos: seis más dos. En la actualidad los registros del Oratorio ofrecen la cruz, señal tradicional de defunción junto a los nombres de seis jóvenes y de dos clérigos. Estaba al frente de la comisaría de seguridad pública en el distrito Dora un señor que tenía algunos conocidos en el Oratorio. Este tal oyó el sueño y le impresionó el vaticinio de las ocho muertes. Estuvo atento todo el 1877, para comprobar la realidad del mismo. Al enterarse del último caso de muerte, que tuvo lugar precisamente el último día del año dijo adiós al mundo, se hizo salesiano y trabajó mucho no sólo en Italia, sino también en América. Fue Don Ángel Piccono de imperecedera memoria.
La segunda predicción anunciaba una aurora esplendorosa para la Sociedad Salesiana en 1877, que iluminaría los cuatro ángulos del mundo; en efecto, aquel año apareció en el horizonte de la Iglesia la Asociación de los Cooperadores Salesianos y comenzó a publicarse el Boletín Salesiano, dos instituciones que debían llevar de un extremo a otro de la tierra el conocimiento y la práctica del espíritu de [San] Juan Don Bosco.
La tercera predicción se refería al fin próximo del Papa [Beato] Pío IX, que, en efecto, murió catorce meses después del sueño.
La última predicción fue muy amarga para el siervo de Dios: "¡Oh, si supieses cuántas dificultades tienes aún que vencer!"
Y en efecto, en el resto de su vida, que duró aún once años y dos meses, luchas y fatigas y sacrificios se sucedieron sin tregua hasta el fin de su existencia.

Fuente:  LOS SUEÑOS DE SAN JUAN BOSCO TRADUCCIÓN DEL P. FRANCISCO VILLANUEVA, S.D.B.